La brisa de la noche me susurra claveles de esponja
y de aguamarina.
Su quietud es como un diamante en bruto
que se ha de retocar para que sea hermoso
y blanco
en la mañana. Los dientes de la noche se clavan
en la tempestad como una presa.
El frío de esta noche, como cristales salpicados
de cuchillos se clava en mi piel con la afonía de un guerrero
inmortal.
Y queda más: la sombra.
La sombra de la noche es como un árbol inmenso
que llena el espacio y me hace sentir.
Y me viste de fragancias nuevas…
La brisa de la noche me desnuda con su frío.
En sus ojos hay alquitrán y agua,
en donde bebe el día
su alma que es de metal y oro.
Y no me intimida… aunque yo suela vivir de noche
junto a las aguas
mirándome en el espejo cristalino:
un suave resplandor.
La brisa de la noche no es una dama que terse sus vestidos
ni un labriego que esparza en sus campos la sal;
la brisa de la noche es el viento azul de poniente
que me desnuda lentamente y sus manos huelen a mar.
José Ángel
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