SUS DEDOS DESANGRABAN LAS ESTRELLAS

del cielo, sus manos recogían las arenas sin sentido
de la calle, y estaba allí, enjaulada, temerosa…
arrebatadora a la vez. Apenas mostraba el semblante,
un semblante cubierto de algodón y seda, gris…
un semblante gris y al mismo tiempo dócil,
no áspero.

Sus dedos eran la sangre del cuerpo… encarnada,
sus manos arañaban las paredes por doquier.
Y ella sola, agarrada al instante que se iba,
la noche en que no podía sufrir.

¿A dónde vas?- le preguntó
el gris espejo, gris como ella,
gris como el mar.
¿A dónde te ha conducido él, con su ímpetu,
con su ira?. Ya era tarde, y lo sabía…
sus dedos habían dejado de sangrar.

¿Tú le conoces?, ¿él
te conoce?. ¿Por qué te arrebata la infancia
y se mete en tu silencio
sin avisarte antes, ¿por qué?.
¿Tú le conoces?, la pregunto. Porque he visto
gestos de incredulidad
y templanza en tu semblante.

“A ver si vuelve el señor de mis oscuridades-
me dijo ella, ya no quiero seguir soñando”.

Y se alejó así: malherida. Yo le perseguí
hasta que su caballo dobló la esquina
y se hizo aire.
Y lo sé porque en el suelo dejó una huella
que me hizo recelar.
No, no le seguí.
Debía encontrarme con su silencio
cuanto antes.
A solas.

José Ángel Carbajal Aval

Grupo Poético Brétema

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" Piensa si lo que vas a decir es más hermoso que el silencio"

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