NOSTALGIA DE TREN

NOSTALGIA DE TREN

 

Pasa el tren, el tráfico se detiene. Inevitablemente se genera una pausa.

 

Cada vez que algún tren, muy ocasionalmente, interrumpe mi andar en alguno de los pocos pasos a nivel activos que se encuentran en la ciudad, un cierto aire de nostalgia se apodera de mis pensamientos.

 

Cuando yo era un niño, el tren pasaba a unos ciento cincuenta metros de mi casa, y era tradicional, si estábamos jugando cerca de allí, ir hasta las vías para saludar el paso de aquellas moles de acero cargadas con pasajeros con los que nos saludábamos.

 

Esperábamos su paso hasta él último vagón, que era, recuerdo, casi siempre anaranjado y como punto final el guarda parado en él, nos enviaba el último saludo.

 

Siempre sentí que si hay un medio de transporte que genera esa sensación mágica de estar viajando, ese es el tren.

 

Con su repiqueteo de durmientes, con sus bocinas, con sus ventanas panorámicas, con ese andar un tanto cansino.

 

Hoy, los trenes con pasajeros son poco más que una rareza en nuestra ciudad y obviamente ya no pasan cerca de mi casa.

 

Los galpones del ferrocarril abandonados, saqueados y descuartizados, dan una imagen de tristeza y llenan de impotencia el corazón.

 

La estación de Belgrano, hecha añicos por la desidia y la falta total de respeto por un patrimonio que es de todos, pero a la hora de hacerse cargo parece que no es de nadie.

 

¿Cómo se puede explicar que mientras en el mundo el ferrocarril es uno de los medios de transporte que más ha evolucionado, en mi país haya sido literalmente abandonado?

 

Es inevitable para mí preguntarme que sentirán ellos, los viejos trabajadores ferroviarios, que ya sea en los talleres, en el riel o conduciendo locomotoras, entregaron su vida para que hoy las cosas pudieran ser algo distintas.

 

Los ferrocarriles fueron uno de los orgullos que este país supo tener.

 

Fueron símbolo de unión nacional, de trabajo, de país que se mueve.

 

Los ferrocarriles fraternizaron al país, uno podía sentir que a través de aquellas líneas paralelas de acero, se conectaba con un compatriota suyo a miles de kilómetros.

 

¿Cuántos pueblos nacieron a la vera de las vías del tren? ¿Cuanta gente podía salir de su pueblo perdido en un recóndito lugar del país, gracias al tren?

 

Hoy, saliendo de lo que puede ocurrir en Buenos Aires o alguna que otra ciudad importante, sólo nos quedan los fantasmas.

 

Tan fantasmas como quedaron aquellos pueblitos que murieron cuando el tren dejo de llegar, dejándolos abandonados.

 

Mientras veo que el tren que me había interrumpido el paso va llegando a su final, trato de no perder la ilusión de que alguna vez recuperaremos este patrimonio que nos enorgulleciera en otras épocas.

 

Una vez más he perdido la cuenta de la cantidad de vagones que pasaron frente a mí. Cuando era niño esto no me pasaba, no sé si será la edad o la falta de práctica, quien sabe.

 

Un silbato lejano sigue anunciando su  paso y acá en el último vagón un hombre mira fijo hacia un punto lejano de las vías, quizá pensando en lo mismo que yo. No sé por qué de pronto dirige su mirada hacia donde me encuentro, y yo como entonces, levanto y sacudo mi brazo, y él me responde instintivamente y parece sonreír.

 

Ahora el tren nos cede el paso y el tráfico retoma su ritmo, yo cruzo las vías calientes que aún tiemblan y me alejo sintiendo que la magia del tren no se borrará jamás y que tal vez aún haya esperanzas de volver a ver aquellas caras asomadas a sus ventanillas, mirando paisajes nuevos, cargadas de ilusión o simplemente soñando con un encuentro.

 

Mientras me alejo, de pronto un pensamiento loco me gana el alma: siento que si en algún momento tuviera que realizar el viaje final que me lleve a la otra vida, me gustaría que ese viaje fuera en tren.

 

DIEGO DOBLER

(Argentina)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

Reina dijo...

En Buenos Aires aún hay muchos trenes, mucho menos de los que había cuando yo era chica... Aunque no tengo la necesidad siempre que puedo me subo a un tren... creo que ejercen sobre mí un magia que me transporta a la niñez... Es una de las señales de la decadencia de nuestro pueblo el que vayan desapareciendo...

Soledad Sánchez Mulas dijo...

Hola Diego, me encantó tu texto. Mi vinculación con el ferrocarril es muy fuerte por cuestiones familiares y amo profundamente la melancolía (que tan bien has sabido reflejar) de este tren que siempre parte y que por fortuna, también llega a la estación de destino.

Un beso.

Soledad.

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