MI FLOR

A la flor que tenía,
con gotas de mi sangre
yo la regaba.
Yo la regaba para que creciese
la más lozana,
la más maravillosa,
una sultana,
y así como a una diosa,
poder acariciarla
por la mañana.
Le componía una tierna poesía,
que con una serenata acompañaba
y ella a su vez,
al son de
esa serenata crecía,
hasta que un día vi
que en mi jardín
era ella quien más sobresalía,
alta, erguida, relucía,
mirando al sol
que en el cenit se veía.
Pero un día,
cuando yo volví al jardín
volví a cantar mi poesía inacabada,
pero ya no estaba:
ni alta, ni erguida, tampoco relucía,
sus colores se habían apagado,
ya  había perdido su fragancia,
estaba ya marchita y acabada,
y en cambio las otras aguantaban.
Me acerqué para tocarla
entre mis manos,
y en mi carne
clavó ella sus espinas.
Brotó mi sangre,
y como si de una conversación
se tratara,
supe que quería
que mi sangre
fuera la tinta para que
yo la poesía terminara
y al final, volver a oír
la serenata ya acabada.

Magali Vilela Teiga

 Grupo Poético Brétema

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