La huella del maltratador

 

 

 

La huella del maltratador

 

Una tarde de verano

mi abuelo le pegó a mi madre,

y fue tan grande la paliza

que en el hospital estuvo

internada durante dos meses

sin  poder  moverse,

y desde ese suceso

en una pierna le quedó una cicatriz

que se resiente de ella

cuando no está bien.

 

Mi abuela  temblaba

cada vez que él entraba en casa

por eso no denunció los hechos

por cobardía, vergüenza y miedo.

 

Por la mañana temprano

a mí me obligaba

a ir con él al campo

a llenarle de hierba el carro.

 

Era tan bruto el pobre

que sólo sabía beber,

satisfacer sus instintos

y  luego se iba al café.

 

Cuando tenía cuatro años

un día me agarró,

me cogió por los hombros

y al suelo me tiró.

 

Mi madre al ver el hecho

sobre él se lanzó

pero como tenía tanta fuerza

también a ella la tiró.

 

Entre gritos y sollozos

aún recuerdo esas escenas

que en las noches más amargas

recorren todas mis venas.

 

A medida que fui creciendo

tuve que ir a trabajar,

primero limpiando servicios

y más tarde sirviendo en el bar.

 

Sólo tenía un deseo,

que era el  dibujar,

porque todas mis ilusiones

estaban heridas

por la  crueldad.

 

Tuve que marcharme de casa

para conocer la paz,

al mismo tiempo labrar

mi camino,

mientras  mi corazón  sangraba

pensando en mi madre

y en mi hermana

que tenían  dificultad.

 

He triunfado a fuerza de lucha

y de mucha voluntad,

pero esas  horas amargas

las llevo  tan dentro

que me hacen  sollozar.

 

He vivido con un abuelo

que fue un tirano

y malhechor,

cada vez que lo pienso

se me rompe el interior.

 

Primero golpeó a su mujer,

luego a su hija

y más tarde a sus nietas

cuando aún eran niñas.

 

Cuando veo a los maltratadores

me dan ganas de gritar

y decirle a los poderosos

que actúen   sin piedad,

porque las huellas de las fieras

nunca se pueden  borrar.

 

Chicha Cerecedo Rego

Pobra do Caramiñal

(A Coruña)