Empezaba el sol a barrer el cielo
y se deslizaba una hoja en dirección a mí.
Yo la miraba: el sol gigante, a lo lejos,
la hoja menuda, verde, el suelo era un gran abismo
para nosotros dos.
Se detuvo, no podía seguir,
el sol entonaba
eternas melodías.
Y la hoja pensó: me entregaré al viento
que pasa… el sol proyectaba sus rayos sobre la rama
para hacerle temblar.
Yo había barrido los últimos restos de la noche
que se esparcían por el suelo.
Y entonces la hoja se dejó caer, segura
del viento, segura por fin.
Y se escuchó un sonido seco, ahogado,
frágil,
roto.
Entonces se dio cuenta.
José Ángel
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